Ben Affleck recrea la rocambolesca maniobra de EE.UU. para resolver la crisis de los rehenes en el Irán de 1979.
La revolución iraní, liderada por el ayatolá Jomeini, ha triunfado y un grupo de estudiantes conocido como Discípulos del Imán asalta la Embajada de EE.UU. en Teherán y toma como rehenes a 90 funcionarios, seis de ellos consiguen escapar y refugiarse en el domicilio particular del embajador canadiense. Es el 4 de noviembre de 1979.
La CIA envía a Tony Méndez (Ben Affleck) para resolver la situación, que traza un plan, en principio, descabellado: simular el rodaje de Argo, una película de ciencia ficción ambientada en Irán. Así podrán entrar en Teherán y sacar a los empleados como miembros del equipo de técnico. Acompañan al agente, el maquillador John Chambers (John Goodman) y el productor Segel (Alan Arkin), dos peces gordos de Hollywood.
Con mucho humor
Como ya ocurriera con Adiós, pequeña, adiós y el caso McCann, la realidad vuelve a solaparse con Argo, el tercer y más comercial largometraje de Ben Affleck, producido por George Clooney, que se estrena poco después del ataque a la embajada estadounidense de Libia.
Con una excelente ambientación y fotografía de Rodrigo Prieto, habitual de Iñarritu, esta producción con guión del debutante Chris Terrio, basado en el artículo La gran huída, de Joshua Bearman, y en el libro El maestro del disfraz, de Tony Méndez, es puro entretenimiento, una hábil combinación de thriller político ─atención a la secuencia inicial─ drama familiar ─la parte más débil─ y chispeante comedia sobre los delirios de grandeza del Hollywood de los setenta, ejecutada con brillantez por John Goodman. Alan Arkin, el gran hallazgo de la película.
Argo confirma a Ben Affleck como un excelente director, con un perfecto dominio del pulso narrativo y la dosificación de la tensión, capaz de ofrecer originales propuestas como el prólogo narrado en voz en off e ilustrado como si fuera un cómic.