El director Ang Lee firma una de las películas más bellas del año, una mágica aventura rodada en 3D que parte como favorita para los Oscar.
En medio del Pacífico, una devastadora tormenta hace naufragar la embarcación. El joven Pi queda a la deriva en un bote salvavidas junto a una cebra, una hiena, un orangután y Richard Parker, un tigre de bengala de 200 kilos. Cuando la naturaleza impone su ley, el chico establece una inesperada conexión con el peligroso felino, su única herramienta para encontrar el camino a casa.
Adaptar lo imposible
Desde que Yann Martel, escritor canadiense nacido en Salamanca, publicó La vida de Pi, una fábula filosófica ganadora del Booker 2002 y traducida a 42 idiomas, muchos han querido llevarla al cine. Considerada una novela inadaptable, fracasaron en su intento M. Night Shyamalan (El sexto sentido), Alfonso Cuarón (Hijos de los hombres) y Jean-Pierre Jeunet (Amélie). Tras cuatro años de trabajo, el cineasta taiwanés Ang Lee ─Oscar por Brokeback Mountain─ lo ha logrado con guión de David Magee (Descubriendo Nunca Jamás). La vida de Pi es una espectacular e inclasificable producción rodada en 3D que utiliza bellas secuencias impecablemente diseñadas ─los peces bioluminiscentes que parecen auténticas pinturas y la ballena jorobada que surca el océano─ para reflexionar sobre la fe y la religión, entendidas como una combinación de varias creencias, la hindú, la católica y la musulmana. Todo acompañado de un fino sentido del humor y de un toque de emotividad sin caer en la cursilería, envuelto en la sutil música de Mychael Danna (Chloe)